La Casa

Fuimos presentados cuando tenia cinco y tu unos treinta

No puedo decir que fue un amor a primera vista. No recuerdo si fue mamá o papá quién abrió la la puerta. Recuerdo ver el color verde oliva de la primera habitación que pisé: la cocina/comedor.

El sol entraba a raudales por un par de ventanas que enmarcaban una puerta mas. Se abre de par en par y llegamos al patio. En medio del patio, nuestra primera mesa redonda. Pintada toda ella de color gris.

Una puerta mas y llegamos a un pasadizo con 4 puertas. El primero de ellos se convirtió en la sala. El segundo en el cuarto de mis padres y el tercero lo compartíamos mi hermana y yo. La cuarta puerta correspondía era el baño. Casi tan amplio como un cuarto pero tenia frente a la puerta un caño, en la otra esquina una ducha y en la otra el inodoro. ¿O sería que a mis cinco años se veía inmenso?

El jardín era mas grande que la casa. Con un cerco de granada mas alto que yo. En la parte lateral del jardín crecía una hermosa vid que llegaba hasta el techo.

Las cosas que viví en esa casa… tantos recuerdos. Cada muro guarda los sonidos de risas, de llantos. Bajo muchas capas de pintura estoy seguro que existen aún las marcas que hacíamos con mi hermana para ver cuanto crecíamos. En el jardín deben seguir escondidos en una bolsa mis 10 soles naranjas que una vez me regaló mi madrina y que yo creyendome pirata enterré. ¡Nunca mas los volví a ver!

Nos dejamos de ver un año cuando viajé a Francia. Estoy seguro que me extrañó tanto como yo la había extrañado.

Y fue en ese momento que empezó a crecer. Le salieron ampliaciones a los cuartos, le creció una cocina y una sala nuevos. ¡Hasta le creció todo un segundo piso!

La granada, que hurgaba en busca de hojas dobles, dio paso a un garaje y un cerco perimétrico. Y claro que ayudé a que crezca. Descargando ladrillos desde el camión, o tratando de cargar bolsas de cemento. Llevando arena, o acompañanado a mi mamá a comprar mas fierro.

El jardín vio crecer vides, maracuya, rosas que fueron sembradas y protegidas como solo mi madre podía hacer. Vio crecer rabanitos, zanahorias, platanos, un par de árboles de palta, manzanos. Ajíes. Yerba buena. Yerba Luisa. Yanten. Era tan generosa que lo que sembraramos florecía.

La casa creció. Y crecía conmigo. Pues como yo ya disponía de un cuarto propio supo de mis noches sin dormir pensando en tal o cual novia. Supo alumbrar con luz muy tenue la mesa de noche donde escribia mis diarios, mis poemas, mis locuras.

Se alegró en las fiestas de mis amigos, de mis familiares. Se alegró cuando ingresé a la universidad. Se preocupaba cuando no estudiaba lo suficiente. Conoció nuevos  amigos.

Empezó a toser y le tuvimos que hacer un cambio de tuberías y luego instalaciones eléctricas. Empezó a escasear el agua y tuvimos que instalar tanques elevados para almacenarla y que nos diera de beber.

Supo de apagones. Supo de luz de velas. Supo de penumbras.

Se asustó mucho, estoy seguro, en todos los terremotos y los temblores que nos tocó pasar bajo su techo. Pero resistió. Nos cuidaba. Nos cobijaba.

Al crecer tuve que partir. Me mudé casado a un departamento mas pequeño. En un tiempo mas regresé a vivir en el segundo piso. Y luego volví a partir.

Al divorciarme regresé a «mi cuarto». A aquel lugar con una especie de papel celeste y un closet que, aunque sin puertas, cuidaba mis ropas.

La volvía a dejar cuando viajé por trabajo a Arequipa. Y sin embargo cada dos semanas que regresaba a ver a mis hijos estaba alli, esperándome. Le presenté a mis hijos. Y los acogió con la misma calidez que me acogió cuando tenía su edad.

Lloró la muerte de mi padre. Pues ese día y al día siguiente tres focos no quisieron prender a pesar que estaban buenos. Lo extrañaba.

Partí una vez mas a destinos ubicados al norte. Un año no la pude ver, no la pude sentir. Mi casa. La casa familiar.

Después de un tiempo los problemas comenzaron y por una situación ajena a nosotros tenemos que dejar que la casa, nuestra casa, siga su rumbo.

No, no me acostumbro a dejarte y ver que toda la historia de vida de mis padres, el trabajo de tantos años se convierta en unos míseros dolares que iran a parar a las cuentas de banco de mis medios hermanos. No, ellos no saben lo que la casa significa. Hubiera querido tener el dinero para pagarles su parte y que dejaran de molestar a mi casa. Pero…

Te vas y tengo que dejarte ir… Tenemos que dejarte ir. Mi madre tanto no quiere irse que aún en sus palabras la casa es su casa, las rosas que aun florecen cada semana, son sus rosas. Cada ladrillo tiene parte de sus lagrimas, sus llantos, sus privaciones. Mi padre no pudo ver, felizmente, el destino de su casa, de sus tantos años de trabajo. Y nosotros, bueno, nosotros aún estamos jóvenes y podremos forjar un destino en nuestra propia casa. Sin embargo, voy a extrañarte. Voy a extrañar tus sonidos, tus olores, tus mañas. Voy a extrañar la loseta faltante del baño o el parquet levantado de esa esquina de mi cuarto.

Pasaré de vez en cuando a verte y a rozar con mis manos tus paredes externas. No me olvides y guarda mis memorias a salvo. Solo tú sabes todo lo que pasó en esas paredes en los casi treinta y cinco años que estuvimos unidos…