cuando las palabras

¿Recuerdas cuando fue la última vez que frente a una situación determinada te quedaste sin palabras? ¿Recuerdas la primera vez?

I.
Es de noche. Años atrás. Muchos años. Me ha despertado el murmullo de mis padres hablando desde la otra habitación. Por mas que trato de escuchar lo que dicen no puedo. Cierro los ojos para aguzar el oido pero igual: no distingo que pasa.

Será lo de siempre… gastos, dinero, comida, dinero, responsabilidad, dinero, etc. etc. etc, dinero.

De pronto silencio. Solo el eco de unos pasos que se acercan por el pasadizo. Se abre la puerta de mi cuarto y cierro los ojos para que crean que duermo. Es papá.

Se acerca despacio a mi cama, me pone una mano en el hombro y me dice en un susurro: «hijo te quiero». Luego se da media vuelta y se va. Y tras el se va también el olor a licor.

Esa fue la primera de las dos o tres veces en toda mi vida que mi padre me dijo que me quería. No pude responder. Me quedé sin voz. (Ahora que ya no estás y que no me puedes oir, te repito en silencio, desde el corazón, lo que te dije antes que partieras: «yo también te quiero papá»)

II.
El tiempo sigue pasando y me encuentro ahora recibiendo los resultados de mi ultimo examen en la universidad. Un último y vano esfuerzo por tratar de recuperar el tiempo que miserablemente perdí en los pasillos de la universidad jugando ajedrez. Me faltaban 10 puntos en mi trica de MB3. Solo llegue a 8. Sabía lo que eso significaba: que mi matricula sería cancelada y tendría que salir con el rabo entre las piernas de la universidad.

El largo viaje de regreso a casa, con la cabeza envuelta en mil excusas, mil formas de justificar que el esfuerzo de mis padres, su trabajo, sus preocupaciones, sus desvelos y hasta sus sacrificios por brindarme una carrera universitaria se habían desperdiciado como el agua vertida en medio de arena del desierto. Sentía que habían sembrado sus esperanzas en una tierra yerma.

Esperé hasta que se hiciera de noche en mi cuarto. En silencio. Los encontré en la sala y les comenté que tenía algo importante que decirles. Se miraron y me escucharon vomitar todo mi desinteres por su esfuerzo. Al final me quedé esperando llegar los insultos, los gritos. Que me echaran en cara lo mal hijo que había sido. Silencio. Mi madre tomó la palabra y me dijo:

«No eres un niño para decirte que hacer. No eres un extraño para juzgarte. Somos tus padres y te amamos a pesar de tus errores. Aprende de esta vez y no caigas de nuevo. Pero solo prométenos una cosa, que no dejarás de intentarlo»

Nuevamente las palabras volaron a otras tierras y solo el silencio era roto por mi llanto en los brazos de mis padres.

III.
Creces, sales de casa, tomas tus propias decisiones. Una buenas y otras erradas. En una de tantas idas y vueltas terminé en otro país, alimentando una esperanza de una vida nueva, con un amor nuevo, con un papel en blanco para escribir una nueva historia.

Pero a veces, te imaginas blanco y la realidad te enseña que es negro. La ilusión con la que llegaste se va trocando en desesperanza, los sueños en pequeñas pesadillas diurnas y grandes desvelos nocturnos.

No puedo dormir aunque lo intente. Me siento a escribir cada noche en el sofa de la sala, a escribir con lágrimas en los cojines.

De vez en cuando escucho que me hablas y rompo mis silencios para pedir con ahogados gritos que no salen de mi garganta ¡Ayuda! ¡Un beso! ¡Una caricia! ¡Un abrazo!

Es de noche y en la habitación, sobre la cama, dos personas. Dos desconocidos ahora. Y me estás hablando. Me cuentas una historia que no puedo creer que sea la nuestra. Pues hablas de situaciones, de emociones, de actitudes. Logras tocar las fibras sensibles de mi corazón. Me brotan las lágrimas luego de haber llorado en silencio.

No, no es un cuento de hadas como puedes estas pensando. Es un cuento lleno de reproches, de latigazos que duelen por lo injusto. Me acusas de no sé qué cosas. Me dices que por mi culpa esto y aquello. Yo me defiendo. Hablo. Te expongo las cosas sin poner un punto de mas, sin restarle una coma a las oraciones. Las frases me salen como si no pudiera dejar de hablar. Como que contenidas que estaban se desbordan y fluyen.

Pero no me quieres escuchar porque sabes que te digo la verdad.

Al finalizar de hablar y hablar y hablar y luego de un largo silencio te digo:

– Necesito un abrazo tuyo.
– «No te puedo dar algo que no siento. No me vuelvas a pedir nada»
– Yo solo queria sentir en un abrazo, en tu abrazo, si aún teníamos oportunidad.
– «No. Tú eres el mas grande error de mi vida»

Y el telón del silencio volvió a caer. No había nada mas que decir.

IV.
«Hay algo que tengo que decirte, pero no te lo voy a decir hasta que este segura»

Entonces, como un niño que mira llegar la Navidad, espero luego que se pone el sol, el momento de verte…

Al principio no puedo contar cuántas conversaciones a lo largo de tantas noches. Noches en las que te esperaba mirando la pantalla del ordenador. Esperando el momento que indicara que te habías conectado al chat y que podíamos conversar.

Noches en las que pensaba si realmente valía la pena amar y entregarse una vez mas.

Y mientras mas cuestionamientos surgían, mas seguro estaba que si, que efectivamente me estaba enamorando. No de una imagen, o una foto, o palabras bonitas; sino de una persona que estaba al otro lado, y que estaba viva a pesar de que, en algún momento, sufrió tanto o quizá mas que yo. De una mujer maravillosa, encantadora.

Puede que este amor haya estado dormido durante 25, 30 o 35 años cuando te vi por primera vez. Puede que despertó cuando leí tu respuesta a una de las entradas del blog. Puede que un comentario sincero en una de las fotos del facebook desencadenara este temporal. Puede que solo sea el destino que nos une, aunque yo prefiero pensar que es Dios que oyó nuestras plegarias.

Una primera cita, una celebración de quince años, viajes tuyos y míos, un deseo urgente de enviarte rosas por el día de tu cumpleaños, un beso… muchos besos, treinta y tres besos. Y una revelación: no era solo atracción, no era sólo pasarla bien, no era sentirnos cómodos. No era solo amanecer abrazados. Amor. Esa es la revelación. La amaba. La amo.

¡Caray! ¿Se puede amar así intensamente en tan poco tiempo? Yo lo estoy sintiendo ya de esta forma pero… ¿tu estarás sintiendo lo mismo?

«¡Tu no fumas!»
No
«¿Entonces por qué ahora?
He tenido un mal día
«Tan malo?»
Terrible

Y escuchas atentamente todo lo que te cuento. Y veo en tus ojos real interés. Y te amo. Y En esos ojos puedo ver luz, siento calor. Fuego… Y te lo digo así de frente: Te amo!

Me miras a los ojos con esa mirada que solo tu tienes, con ese brillo tan especial y me dices:
«Tenía que estar segura que todo quedaba atras y lo estoy… Ahora te puedo decir sin miedo que te amo, yo también te amo»

Esta vez las palabras que había que decir se transformaron en un largo, tierno y profundo beso. Aqui también sobraban las palabras.