Hasta luego…

Acabamos de encontrarnos luego de tantos años. Una conversación que se prolongó por horas. Porque nos sentamos frente a tu helado de chocolate y a mi capuchino y empezamos a recordar…

Recordamos que la vida nos presentó en la casa de mi prima. Una tarde que llegué de visita allí estabas, sentada en el cuarto del televisor jugando con unas muñecas y unas tazas de té. Poca fue la atención que me diste y nos reímos que a los 7 años los niños tímidos y las niñas de cabellos rizados tienen poco en común, y mucho menos pensar en ser amigos…

Recordamos que me viste desde tu ventana mientras trataba de aprender a manejar bicicleta. Me avergonzabas mientras te reías con esa risa franca y contabas las veces que me habías visto caer y volver a levantarme.

Recordamos que una vez coincidimos en la tienda de don José. Qué tu comprabas un chocolate Triángulo mientras yo compraba un Sublime. Y que, mas tontos, en lugar de regresar conversando las dos cuadras de camino, tu elegiste ir por la derecha de la cuadra y yo por el lado izquierdo.

Recordamos que durante mucho tiempo dejamos de vernos. Pero no de comunicarnos. Y que una vez fui a visitarte para conversar sobre mis problemas existenciales. Y que grande fue la sorpresa de mi primo al vernos conversar en las bancas del parque cuando se enteró que no había ido a la casa de mi tía, que vivía al lado de tu casa.

Recordamos cuando nos encontramos afuera de tu universidad. Yo no sabía lo que estabas estudiando y solo estaba por allí de pasada. Me sorprendiste ese día la verdad. Bueno, ya tendría una amiga psicóloga para consultas luego de algunos años.

Recordamos cuando te conté que estaba enamorado. Y que te conté que me iba a casar.

Recordamos cuando me buscaste para venderme una póliza de vida. Y que te dije que serías la mejor vendedora de seguros. Me tomaste la palabra, pues recordamos también todos los viajes que ganaste al ser la mejor en tu empresa.

Recordamos que me alegré mucho cuando me dijiste que te ibas a casar. Y que me enoje mucho cuando elegiste una fecha para casarte cuando tenía que viajar fuera del país.

Recordamos la alegría al contarte de mis hijos. Y me contaste la esperanza de tener los tuyos.

Hicimos un recuento de nuestros matrimonios y de nuestros divorcios.

Y empezamos el camino de retorno desde Plaza San Miguel hasta tu casa, mientras seguían los recuerdos, los buenos y los malos momentos.

Nos dejamos de ver nuevamente, y como buenos amigos nunca perdimos el contacto. Me mudé fuera de Lima por trabajo y siempre conversábamos y bromeábamos. Claro que me pedías tus chocolates y tus toffees. Y si cumpli, una vez fue a visitarte pero no te encontré y los dejé encargados.

Me llamaste un día preocupada. Te habían dado una mala noticia. Te confieso ahora que tuve mucho miedo por tí. Pero sabía que eso no te iba a derrotar. Y empezaste la lucha, con una sonrisa.

Sabía de ti porque nos mantuvimos en contacto. Comprendía también cuando te quedabas en silencio. Pero siempre estuve pendiente.

Y te vi luchar desde el primer día hasta el último día. El cáncer no ganó la batalla. La batalla la ganaste tú.

Ahora ya no podemos hablar nuevamente por teléfono o sentarnos a tomar un helado y un café y ponernos a recordar como aquella vez. La caminata quedará pendiente.

Mas la amistad, aquella de toda una vida, permanecerá. No, yo sé que no es un adiós Claudia María, es sólo un hasta luego…

La primera vez …

Acabo de revisar la última anotación en mi diario:
«… y estoy seguro que ella también siente lo mismo por mi.»

Todo este tiempo hemos compartido conversaciones en clase, algunos recreos juntos sentados en las escaleras, la he acompañado varias veces a la salida hasta su casa. Yo creo que si… que ella también siente lo mismo que yo.

Es difícil de decir como suceden las cosas. Resulta que un libro suyo de inglés se le había extraviado en el salón y me puse a averiguar que había pasado. Alguien lo había tomado por error. Solo era una confusión entre mas de 40 libros iguales. Alguien tomo el que no le correspondía.

Sin embargo, después de «encontrar» su libro, después de ese día comenzamos a ser amigos. Me había convertido en una especie de detective.

Para que mentir si todo este mes he estado en la gloria. Llego a mi casa y no puedo hacer nada mas que pensar en ella. Pienso en su sonrisa y la logro escuchar, pienso en su mirada y he aquí que sus ojos me están mirando, pienso y sonrío solo. Quiero que pasen rápido las horas para que sea mañana y poder verla de nuevo al llegar al colegio.

Comenzamos a hablar de cosas intrascendentes. Del profesor de matemáticas y su graciosa forma de hablar. De lo estricta de la profesora de lenguaje. De las bromas que se gasta el profesor de historia universal. Me siento tan a gusto con ella.

A veces me gustaría vivir mas cerca. Porque tendría que inventarme menos motivos para salir de casa por las noches y cruzar toda la villa para ir a verla. Y es que estas clases de francés no me dejan mucho tiempo para visitarla. Porque quizá solo con asomarme a la ventana podría verla.

Somos amigos. La semana pasada cuando llegamos del colegio hasta su mamá me invitó un vaso de limonada. ¿Entonces, puede ser que seamos mas que amigos no? Lo único que no me gustó fue escuchar a su hermano decir que Paniagua había venido a buscarla varias veces. Paniagua, ¿que tendría que hacer él en su casa?

Esta semana comenzó bien. Nuestro jefe de aula decidió hacer algunos cambios en la ubicación de los escritorios en clase y ahora ya no se sienta tan adelante en la misma columna, sino que estamos casi en la misma fila a una columna de distancia… Así puedo verla mejor.

Lo que no me gustó fue ver nuevamente a Paniagua a la hora del recreo en la puerta del salón esperando que ella saliera… ¿porqué?

Bueno, ya faltan minutos para el refrigerio. Mis manos están temblando y mi cabeza no está en lo que dice el profesor de biología, sino en lo que voy a decirle en unos minutos. En mi mochila tengo el regalo que le compré ayer por la tarde. Algo que sé que le gusta: ¡unos chocolates! Se los pienso regalar en un momento.

El timbre me saca de mis ensueños y le pregunto si quiere almorzar conmigo. Me mira con esa sonrisa que solo ella tiene y me dice que esta bien, que tiene una buena noticia que contarme.

Voy por mi mochila y la alcanzo en las escaleras. La miro y le digo:
-Tengo algo que decirte, algo muy importante…
-¡Yo también! me interrumpe. Y se ríe, Y en sus ojos se nota que está feliz.
– Tu eres mi mejor amigo me dice, y quiero que sepas primero lo que me ha pasado.
– Claro, te escucho.
– Hoy por la mañana, al salir al primer recreo, ¡Paniagua se me declaró!
– ¿Eh?
– Y le dije que sí. Me dijo que toda semana por las tardes que me iba a ver a casa para conversar han sido ….

Yo dejé de escuchar lo que me decía en ese momento… hasta mi corazón dejó de latir, por primera vez.

No recuerdo que mas pasó ese día en el colegio.

Solo sé que ahora, esta noche, luego de revisar la última anotación en mi diario, sé que yo estaba completamente equivocado.

Julia… in memoriam

Mi recuerdo se remota, no al momento que en que te conocí sino en las historias que me contaba mi madre, sus memorias desde que era una niña.

Y entonces te puedo ver en Trujillo haciéndote cargo de las hermanas mas pequeñas luego de la muerte de la abuela. Te puedo ver camino a Lima, tierra de oportunidades para desarrollar un mejor futuro con mi madre de la mano. Te puedo ver trabajando duro.

Te puedo ver con mamá. Me imagino los consejos que le dabas, y que por una ley de la vida llegaron hasta mis oídos también, pues ella los aprendió bien.

Te imagino en tu matrimonio con Roberto. ¡Qué gran amor! ¡Y de toda una vida! Te imagino también con los primos pequeños, cambiando pañales con amor y ternura.

Y empiezan mis propios recuerdos de la casa en Bellavista. De las visitas sin inicio ni final. De las fiestas de año nuevo. De los paseos a la playa. De tu cabello negro y lacio.

Recuerdos de las veces en que confabulábamos con la prima para que nos quedásemos a dormir en tu casa a fin de seguir con los juegos al día siguiente.

Fue en tu casa donde aprendí a montar bicicleta.
Fue en tu casa también donde aprendí a montar moto.
Fue en tu casa también donde me enamoré.

Fui creciendo pero siempre fuiste parte importante de mi vida… cada vez que podía iba a visitarte. Quizá no tanto como merecías. De las escapadas que me daba cuando trabajaba en la Av. Colonial para ir a almorzar. Y de los malabares que mis visitas causaban en tu cocina. Recuerdo como tu cabello negro fue poniéndose color plata. Recuerdo tu sonrisa siempre dispuesta.

Recuerdo tu dolor cuando Roberto se te adelantó. Recuerdo tu alegría cuando conociste a mis hijos, que eran, como me dijiste un día, en parte tus nietos.

Tu partida me encuentra lejos. Y no puedo despedirme en persona de ti. Y me causa una gran pena y una gran aflicción. Pero Julita… sé que ahora que te reencontraste con tu Roberto, con tus hermanas y hermanos allá en el cielo, estarán haciendo una fiesta grande como las de siempre. Seguro que papá también fue a recogerte al llegar, que él también te tenía gran estima.

Sólo me queda agradecerte porque parte de lo que soy ahora te lo debo a ti. Tía, te voy a extrañar mucho.

Elevo una plegaria por ti… para que nos cuides, para que intercedas en nuestras peticiones ante nuestro Padre celestial. Así como nos cuidabas estando aquí entre nosotros.

Tía Julia… ¡descansa en paz!