Mamá – Recuerdos

mamaLos primeros recuerdos de mamá se remontan a una habitación, un cuarto, nuestra casa, en una azotea en Surquillo (1969). Un día húmedo y gris. Ella me lleva de la mano y me enseña a subir una escalera, que yo veo altísima. Allá arriba esta nuestra casa.

Me viene a la memoria también un temblor o terremoto (1970). Estamos en un segundo piso, también en Surquillo. Mamá me saca de la casa y nos quedamos arriba, arrodillados. Me siento protegido por el cuerpo de mamá de este algo que mueve toda la casa. La escalera, como una serpiente, se mueve en ondas que suben y bajan. Por eso nos quedamos arriba, rezando. No me sé el Padre Nuestro, así que imagino que repito el «Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día»

Alguien llora en el cuarto, que ahora es mas grande, otra casa, una casa. Muevo la cortina de color gris con dibujos azules, típicos colores y diseños setenteros. Me acerco a una cuna blanca y veo asomarse unos pies. Rosados, largos. ¡Mi hermana! Mamá me la presenta y la miro con ojos inquietos.

No se porque tengo tanta tos. Y no me gusta cuando mamá me lleva al hospital y me conectan a una máquina que suena mucho y que me hace respirar una medicina. Muchas noches mamá se ha quedado conmigo en la cama, mirándome respirar. Poniéndome paños húmedos en la frente para bajar la fiebre. El médico dice que son los bronquios.

Volando… volando. Estamos volando. Es un avión muy grande. Que tiene cosas amarradas en medio. Los asientos son un poco duros. Mamá nos agarra fuerte de las manos y nos abraza. Creo que tiene miedo a volar.

Estoy ahora en Vitor, Arequipa (1972). Llegamos a una casa donde mamá le tiene mucho miedo a unos animales que se llaman chirimachas. Es por es eso que la casa ahora tiene un olor a desinfectante, a gasolina, para que se mueran esos bichos. Nunca he visto una, pero creo que son enormes y que salen solo de noche.

Aquí en Vitor me pongo al lado de mamá a machucar y batir nata. Me encanta la mantequilla que se hace con esta nata de las vacas que están allá cerquita en el pastizal de al lado. Es amarilla y con la sal queda riquísima. En la esquina la señora Luzmila vende panes de triangulitos que son muy ricos.

Y está olor de la pequeña granjita que tenemos: gallinas, cuyes y unos patos pekinés de pico amarillo casi naranja. Mamá no me deja acercar mucho a la chacra donde Mario y su esposa viven. Es que en el camino hay un caballo y un burro nada amistosos.

Mamá nos lleva a misa, en el mismo local en donde se pasan las películas que llegan al pueblo. Creo que no hay un sacerdote toda la semana, solo algunos días. Y claro, no podía ser de otra forma, voy con corbata.

Y unas tardes con harto viento, en las que me pongo a correr entre los manzanos que hay atrás de la base militar. Me gusta tanto medirme con los tallos nuevos para ver como crecen, o si yo crezco mas que ellos. Se que mamá me mira de lejos.

Otra vez ésta leche con ajos. Cada vez que toso o me enfermo o me da fiebre sé lo que me espera. Una semana completa de tomar alfalfa licuada en las mañanas y leche con ajo en las tardes. Mamá, ¡no me gustan estos sabores raros!

De Vitor hasta Arequipa solo se llega en colectivo. Pero me mareo demasiado en el camino. Muchas curvas. Demasiadas curvas. La campiña arequipeña es verde. Me gusta el puente a la entrada de la ciudad, se ve todo verde. Y al llegar, el bullicio del Mercado San Camilo. Mamá nos toma fuerte de la mano a mi hermana y a mi. La leche no es tan rica como en casa. Ese olor de mercado no se me ha olvidado con los años.

Mamá se enferma con los viajes. El otro día subimos al avión que nos iba a traer a Lima, pero se quedó como dormida. El avión tuvo que bajar en un sitio llamado La Joya. A mamá la llevaron al hospital desmayada. Y a nosotros nos subieron a un carro y nos dejaron esperando afuera hasta que llegara papá. Mi hermana y yo estábamos muy asustados esperando en ese sitio hasta que mi papá pudo llegar. Él nos ha dicho que el problema de mamá es el corazón, que no tenemos que hacer que se enfade o se ponga triste.

De regreso en Lima (1974) y estoy entrando por primera vez a la que sería mi casa por muchos años en San Roque. Papá abre las puertas y ventanas y mamá, mira cada cuarto para descartar los peligros. La cocina es verde, el pasadizo es verde, los cuartos son verdes. La única mesa que hay en el patio es de color gris. Es la única nota discordante entre tanto verdor. ¡Afuera hay una planta de uvas! Y a dos cuadras hay chacras, como en Vitor. Un poco mas lejos hasta un establo hay.

Vamos conociendo a los vecinos. Mamá conversa animadamente con la vecina que ha venido por un tarro de leche. La señora Blanca. Que tiene dos hijos: Jeanette y Richard. Una casa mas arriba, la señora Rosa y sus hijos Oscar y Armando. La vecina del frente, la señora Consuelo y su esposo Tomás.

Camino de la mano con mamá para ir al mercado. Tanta gente en un mismo sitio. Paso por una tienda que se llama El Sótano. Y en la avenida El Sol solo veo un par de negocios: la librería Lumbre y la pollería La Meseta en la carretera.

En las tardes vamos al establo. Yo cargo la jarra vacía a la que pongo a hacer cola. Y luego me voy a dar unas vueltas por allí. Todas las vacas tienen nombre, y vienen a que las ordeñen cuando el cuidador las llama. En las paredes de la casa del lechero hay nidos de arañas. Voy con una ramita a ver si, tocando la tela de la entrada, quieren salir. Algunas si. Salen a «morder» la ramita. A veces, las telas de araña mas chicas, tienen las arañas mas grandes.

Mamá me lleva a dar un exámen para entrar al colegio. No recuerdo ahora si fue en el colegio mismo, el Manuel Polo Jimenez, o en el ministerio de la Fuerza Aérea. Esta muy atenta a las preguntas que me hacen: ¿Cuantas llantas tiene este auto? ¿Puedes leer esta noticia? ¿Sabes que es una suma? Creo que contesté todo bien porque en señor sin pelo, me dice que puedo entrar al colegio sin hacer transición, a primer grado.

Para mi primer día de clases (1975) mamá me acompaño al colegio. Me lleva de la mano por las cuatro cuadras que me separaban de mis futuros compañeros de muchos años. Los cuadernos y los libros huelen tan rico, a nuevo, a vinifan. Ella tiene, lo recuerdo claramente, una bolsa verde de rafia, llena con las cartulinas, colores, papeles que habían pedido en la lista de útiles. Yo llevo en la mano mi lonchera Basa, amarilla. Voy vestido con un uniforme Polystel de Universal Textil (o era Polypima), mi camisa Maruy, y en los pies, mis zapatos Bata.

Los primeros años mamá nos espera en la puerta del colegio a la salida de clases. No sé como hace para trabajar desde tan temprano y esperarnos a las 4:30 que salimos del colegio. La comida siempre esta caliente en la mesa al llegar a casa.

Nos vamos a la playa. Mamá nos lleva temprano, antes que suba el sol por completo, hasta Barranco. Bajamos corriendo la Quebrada de Armendariz camino a las playas. Lo mas difícil es el regreso, cuando después de mojarnos en los chorros de agua dulce que caían por el acantilado, emprendemos la subida. Algunas veces subimos por Barranco para ir a visitar a mi madrina Carolina. Una persona encantadora aunque bastante mayor, a la que le duelen mucho las rodillas. Pero que se ve muy elegante ella, siempre con sus anteojos oscuros y su peinado infaltable. Cuando va de visita a la casa a ver a mamá, siempre nos trae algo. La última vez me regalo 10 soles, que yo guardé en el jardín, como si fuera un tesoro, y que nunca pude después encontrar.

Mamá discute por las noches con papá. No sabemos que es lo que pasa, pero escuchamos que discuten. Mi hermana y yo nos quedamos callados en el cuarto. Al cabo de unos momentos, todo queda en silencio. Pero ella cada vez que pasa eso, entra al cuarto para ver como estamos y siempre, siempre nos hacemos los dormidos. Creo que ella sabe.

Algunos días en el mes vamos al bazar de la Fuerza Aérea. Antes me gustaba ir porque tenia la forma de un castillo. Ahora, es un edificio nuevo por donde estaba el aeropuerto de Limatambo. Tiene muchas cosas. ¡Hay una bicicleta Monark que me encanta! Me quedo haciendo la cola del arroz, del azúcar, de la leche. Tiene que alcanzar para el tiempo que dura la tarjeta de racionamiento que nos dan. Siempre es de colores diferentes, pero no podemos pedir mas de lo que hay o de lo que nos den. Sin embargo ir al bazar con mamá es divertido (mientras no haga cola).

Este año mamá me ha permitido organizar mi cumpleaños (1980). Dice que ya estoy grande y me ha permitido invitar a un grupo de mis amigos del colegio. Estoy emocionado. Es difícil saber a quien invitar, así es que me he decidido por invitar a algunas personas de mi salón. No se si vendrán quienes viven en Jorge Chávez o en San Juan o en Chorrillos, pero al menos los de San Roque espero que vengan. El primero en llegar es Jimmy, que viene porque anda enamorado -creo que no es el único- de una niña nueva de ojos bonitos. Mamá ha preparado algunos bocaditos y ha comprado gaseosas. Si que es una ocasión especial, las gaseosas no se ven tan fácilmente en casa.

Estoy acompañando a mamá a hacer compras al Mercado Central. Le han hecho una propuesta para trabajar con Scala Gigante, para preparar unas muñecas hechas de rafia y unos individuales del mismo material. Ha de ser un trabajo bastante duro. La siento por las noches, después de acostarnos, sentarse a trabajar y cardar el material. Y verla en las mañanas temprano tejiendo con un crochet unos vestidos de rafia para las muñecas. ¿A que horá duerme? ¿A que hora cocina?

¡Robaron en la casa!. Se llevaron todo. Fue la segunda vez que vi a mamá sin sentido. Desmayada. En el hospital nos dijeron que tenía que estar muy tranquila. Que tenía una afección al corazón y que tenía que cuidarse mucho. Pero ¡imáginate una impresión así! Vacío, desorden. Los cuartos revueltos. Ropa, artefactos, joyas, dinero, todo, todo se lo habían llevado. Y también los materiales con los que ella trabajaba. Toda la producción de sábanas y cubrecamas que le habían pedido en un contrato. Todo. Para ella sería empezar de cero. Y así lo hizo. Nuevamente a empezar a trabajar sin descanso.

Francia. La capital de Francia es París. París. Ese nombre empezó a sonar con fuerza. A papá lo están destacando para trabajar un año por allá. ¡Y nos vamos todos con él! (1982)

¡El cabello de mamá se ha vuelto completamente blanco! Igual que el de todas mis tías. Mamá dice que es por la herencia. Yo creo que es de pena. Una vez por semana vamos a un locutorio para llamar a Lima y mamá habla con sus hermanas.

Cada semana aprendo algo mas que comparto con mamá y mi hermana. Las llevo a pasear durante la semana en las tardes que no hay clases… y los domingos salíamos todos con papá temprano a escuchar misa (en español), y luego al mercado que se arma allí cada domingo, en la calle. Es como una paradita gigante. Después de dejar las cosas en casa, a pasear nuevamente. Mamá quedó encantada cuando la lleve a Versailles. Los jardines y las plantas y los adornos, y las ventanas y los azulejos y los espejos… le fascinó.

Me escapo algunos días del colegio en la tarde, cuando no tengo clases de francofonía, a pasear por el borde del río Sena. Subo y bajo en cada una de las estaciones de la línea 8: Balard, Lourmel, Boucicaut, Félix Faure, Commerce, La Motte Piquet, Ecole Militaire, Invalides, Concorde, Madeleine, Opera, Richelieu, Montmartre, Bonne Nouvelle, Saint Dennis, Republique… hasta aquí llego, porque mas allá era salir a lugares que no imaginaba o a la banlieue como le dicen. Era suficiente. ¡Esta ruta atraviesa lugares mas que interesantes!. Uno a la vez, dos a la vez. Descubrí el centro Georges Pompidou. Una vez mamá me encontró allí bastante tarde. Se me había pasado la hora de regresar por estar mirando la exposición de Apple allá. Unas Apple II, pantalla de fosforo verde, si mal no recuerdo. Pero no me castigó. Mamá siempre conversaba conmigo. ¿Cómo me encontró? No tengo la menor idea. Yo no me sentía perdido, solo había perdido el sentido del tiempo.

De regreso a Lima, pasamos por los EEUU. Mucho ruido en New York, muchos museos en Washington y muchos centros comerciales en Miami. De alli a Orlando es un paso y a visitar -como todo turista que se precie de serlo- Disney World ¡Ya sé de donde me viene la fascinación por las montañas rusas! Me subi a todas las que pude.

Para el año siguiente me fueron entregadas las llaves de la casa. Mamá regresó a trabajar como siempre y al salir del colegio (mas temprano, cada año se reducen los horarios) llegamos a casa y encontramos la comida lista. Nunca nos dejó sin nada que llevarnos al estómago. Cuando está en casa, la comida siempre caliente, siempre rica. Cuando no estaba en casa, la comida siempre lista para calentar. Sin microondas, que esos son carísimos, y solo salen en los avisos del Reader’s Digest.

Tengo con mamá una relación muy cercana. Ella confía en que haré las cosas bien, y yo trato de hacer las cosas de esa forma. No recuerdo haber discutido nunca con ella.

La casa crece. Hay que construir. Con sus manos ella carga ladrillos, mueve arena y cemento. La decora toda a su gusto. Fue un gran esfuerzo y también una gran satisfacción. ¡Qué contenta se le ve con su casa y su jardín lleno de rosas!

La hora de ir a la universidad (1986). Ingreso a la primera, pero fallo a la tercera. Papá no me dijo nada pero insiste en que postule a la Fuerza Aérea. No me gusta mucho la idea, pero me preparo para darle el gusto. En el entretiempo, ingreso a otra universidad. Y allí me voy a quedar. Mamá trabaja extra para conseguir pagar el costo de la pensión. Y yo hago lo mio. Dicto clases, hago ahorros. Ella siempre busca que pueda hacer las cosas de manera normal. A veces me regala un dinero extra para que salga con mis amigos. Pero, en una universidad cara, las salidas son caras. Y no estoy dispuesto a gastarme en una salida, en una noche, lo que mamá con tanto esfuerzo ha conseguido. Ahorro y me compro un libro o dos que me servirán para luego.

Mamá, con tanto esfuerzo enfermó. Tienen que operarle la columna vertebral y está en cama varios meses. Todas las noches salgo de la universidad y vuelo a verla al hospital. Ella siempre preocupada por lo que está pasando en casa, por lo que comemos, por lo que vestimos, por la limpieza. No esta tranquila estando allí. Papá cocina pero no es lo mismo. Finalmente mejora, y vuelve a casa. Se le nota mas cansada.

De tanto estudiar en algún momento tenía que terminar y trabajar. Con el primer sueldo de mi primer trabajo le compro a mamá un televisor. El mas grande que hay en la tienda. Que feliz que me hace verla tan contenta. Se merece mas por todo lo que hasta ese momento me ha dado de manera desprendida. Nunca un reproche, siempre un apoyo.

A partir de este momento, parte de mis ingresos siempre son para ella. Para que los destine en lo que necesite. Pero tengo la sospecha que ella hace lo mismo que yo en la universidad: lo retorna a nosotros en forma de regalos, de viajes, de lo que nos hace falta.

Luego vendría la independencia. Aquí se cierra una etapa. La de hijo en casa de los padres. Una etapa gratificante. Muy hermosa. Aleccionadora.

Aprendí de la vida gracias a lo mamá me enseñó.
Aprendí a ser un caballero con las mujeres. A ser gentil. A escuchar. A compartir.
Aprendí que no hay dolor que pueda hacerte permanecer en el suelo o en la oscuridad.
Aprendí del amor de Dios.
Aprendí lo importante que es educar a tus hijos, con amor, con paciencia.
Aprendí que lo que verdaderamente importante se gana con esfuerzo, con sacrificio, y que esto es lo que se disfruta mas.

Mamá, que quedó huérfana a los ocho años, salió adelante sola. Y sacó adelante a sus hijos, a su familia, a fuerza de empeño y de trabajo y de esfuerzo y de sacrificio.

Nunca de los labios de mi madre hubo una palabra de reproche. Nunca una queja. Siempre en las noches, una sonrisa, un buenas noches y una plegaria.

«Mi mamá me mima, mi mamá me ama» No sólo fueron frases del Coquito para aprender a leer. Con ella siempre fueron certeza. Como tan ciertas son «Yo amo a mi mamá»